14.8.07

LAS VAMPIRAS DE DRÁCULA



Llegaba el primer plano de la película ocupado por Isabel Silva. (...) En un encuadre perfecto, la Silva se erguía lenta y ceremoniosamente dentro del ataúd, sujetándose con las manos en ambos extremos. Impertérrita a la par que sugerente. Preciosa, y al tiempo aterradora. Con el pelo suelto, el rostro níveo, los labios carmesí, un camisón negro como única vestimenta, ceñido en el pecho, holgado en el resto del cuerpo.
(...)
Isabel Silva caminaba como si efectivamente fuera un ser sobrenatural. Lánguida cual flotando, mientras cruzaba arcos y soportales. Revestida por la música pertinente, gótica pero enriquecida con un toque particular específicamente italiano, típico de las coproducciones mediterráneas de entonces. Pocos segundos después, la “bella dama” topaba con una niña rubia, vestida con la necesaria cursilería y candorosa fotogenia. Una niña que la contemplaba con plena confianza, sin temor alguno ante un rostro tan cerúleo, unos labios tan anhelantes, una piel tan descarnada, una sonrisa tan equívoca. Sintiéndose, fatalmente, amparada en la soledad de la noche por aquella fascinadora… vampira de Drácula.
(...)
Justo éste era su plano preferido de la historia del género, de la historia de la historia del cine. Pero no terminaba aquí su sensibilidad al respecto. Había más. Mucho, muchísimo más. Pues aquella sonrisa femenina representaba un acontecimiento particularmente crucial en su vida íntima. Un punto sin retorno. Guardaba el instante precioso, específico e indeleble en que descubrió el amor, el deseo, la pasión… dentro del miedo. Un sentimiento singular, por añadidura, dado que siempre existió una pantalla interpuesta.




Los fragmentos pertenecen a Nueve colores sangra la Luna (La Factoría de Ideas, 2005), novela del también teórico cinematográfico Carlos Aguilar donde se aúnan el thriller negro con un sincero acto de amor y reivindicación del fantaterror hispano de principios de los 70s. Evidentemente, ante estas cosas no puedo objetar nada, y más cuando yo mismo siento esa misma fascinación por aquella época de nuestro cine de género. Y es que, además, coño, está muy bien. Se lee con interés en un plis plás, tiene un acertado tono de bolsilibro y no sólo rinde tributo a esas películas, su historia y cómo fascinaron a muchos espectadores, sino que también juega a mezclar realidad y ficción, a introducir en la trama personas reales como Dan Van Hausen o el gran John Phillip Law (Satanik, El Viaje Fantástico de Simbad) y a inventarse películas que nunca existieron (algo que si son lectores de este blog desde hace tiempo sabrán que me encanta).




Nueve colores sangra la Luna cuenta la historia de un crítico de cine obsesionado con una actriz secundaria, Isabel Silva, que desapareció sin dejar rastro tras media docena de películas, las mejores bajo las órdenes de Jacobo “Jack White” Blanco. Es bastante obvio que Jess Franco y Soledad Miranda son un referente clave, aunque tampoco se olvida Paul Naschy, Amando de Osorio o León Klimowski. Como bien recuerda Fernando Marías en el prólogo, también perturbaba lo suyo Cristina Suriani (y sus bragas bajo transparencias) en El espanto Surge de la Tumba. Guiños y referencias encontrarán muchos, desde localizaciones como el monasterio de Santa María de Valdeiglesias a la especial sexualidad (voyeur y sado) que muchos de aquellos filmes destilaban, pero la novela no es únicamente eso, tiene bastante más chicha que eso. Hay arrebato.

De hecho, no puedo evitar listar los títulos de algunas películas con la esperanza de que, una vez convertidas en datos de internet, Google las convierta en reales; y de que así, un día, cobren vida y las redes p2p hagan el resto con películas como Las Vampiras de Drácula (de donde proceden los fragmentos descritos al inicio), Las Noches del Hombre Lobo (que aúna los universos de Franco, Naschy y Osorio con la tradición del fantástico mad-mex), Un Millón de dólares para cinco profesionales (eurowestern dirigido por Klimovsky y protagonizado por Anthony Steffen y Klaus Kinsky), El Titán del desierto (de Riccardo Freda, con Cameron Mitchell), Las siervas de Belcebú (también de Klimovsky), El barranco de los Espectros (con Howard Vernon), La orgía de las Lobas, Tres muñecas rosas manchadas de rojo (de Duccio Tessari), Sexy Show (¡con Marisa Mell!) o E tu morirai nell mio stretto laberinto (de Margheriti).




Annexo: me he acojonado


La mujer castigada. ¡Qué magnífica alegoría! Es castigada por ser atractiva, por seducir, por calentar. Es castigada por gustarnos. Es castigada por ser mujer, en suma. EL eternamente merecido castigo de la feminidad. ¿Conoces una ficción más interesante, más viril?

Lo que tienen arriba es el fragmento que tenía pensado seleccionar para encabezar, como siempre hago, la reseña. Pero como precisamente hoy he subido el tema Popeye, pues… esto… que al final he buscado otro no sea que…



1 comentario:

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