29.4.06

AQUÍ ESTÁ EL CHARRO



La primera vez que ví El Charro de las calaveras, sin saber nada sobre ella, a los veinte minutos de película estaba pasando por uno de los momentos más cinefágicamente absortos de mi vida. A la innumerable ristra de virtudes del filme, que de inmediato intentaré comentar pese a que jamás podré hacerle justicia (y nunca mejor dicho), había que sumar un elemento que era el que me había empujado por el precipicio del delirio: El Charro de las Calaveras NO es una película. O mejor dicho, no es un largometraje: se trata de tres episodios de lo que antaño se llamaban seriales y que eran la genuína traslación cinematográfica del bolsilibro pulp: episodios, normalmente con continuará, de media hora que servían de complemento al programa doble. Eso sí, El Charro de las Calaveras, como serial, ofrecía dos características importantes: eran episodios autoconclusivos y se rodaron en 1965, una fecha muy alejada de la época de esplendor del género, los años 30-40.



A lo que iba, al precipicio abisal de la fascinación, y que insisto es innato al filme, en mi caso se vio multiplicado y convertido en una experiencia mística. Desconocía que no era una película sino tres y, claro, a los veinte minutos estaba yo flipando (y no saben como) ante algo que veía inaudito. "¿Cómo coño pueden quedar 60 minutos de película con la de cosas que están pasando?". Al acabar el primero y pasar abruptamente al segundo, sin transición alguna, lo entendí todo. Pero ahí quedaban esos 25 minutos en los que me vi inmerso en la pulpzetosidad definitiva. Este hecho casual marcó mi relación con la película, una obra maestra (de eso no les quepa la más mínima duda). Tenía cierto miedo a que mi reencuentro con ella rebajara el recuerdo imborrable de todo su metraje, acaso porque igualar esa sensación de maravilla era imposible. Estaba equivocado.



He hablado por aquí en diversas ocasiones de la Ley del Círculo que convierte determinados títulos en obras maestras de la casualidad. "De tan malo es muy bueno". También de que en sus orígenes el séptimo arte más que arte era un espectáculo de barraca, pop barato sin más deseo que la evasión inmediata. Para desgracia del espectador occidental, esta concepción ya casi se pierde en la noche de los tiempos por culpa de la pretenciosidad europea y la industria norteamericana, que manufacturan arte y espectaculo como salchichas de frankfurt con carne separada mecánicamente. El cine pop barato también manufacturaba de manera industrial, pero lo que producía eran salchichas de pueblo. Las auténticas salchichas de pueblo que ahora son tan difíciles de encontrar. Y cuando las encuentras descubres que son salchichas que quieren ser como las aldeanas. Y coño, no lo son. Un buen ejemplo de eso sería la Troma. Comparar el Vengador Tóxico con La Momia Azteca o con Ninja Hunter es como comparar El Príncipe de las Mareas con El Desafío de las Águilas. Y de hecho es tremendamente injusto hablar de la ley del círculo porque los cánones que la rigen son cinéfilos. Y esto es otra cosa (mejor).



Dicho todo esto, hay que decir que la quintaesencia del maravilloso pop barato está en el cine chatarra mexicano. Sí, vale, uno puede citar también la serie Bé fantástica norteamiracana de los 50, el cine de género y las exploitations italianas, el cine de terror británico, el delirio japonés de los 70, las maravillosas películas de chinos, el terror de Naschy y compañía... Pero la quintaesencia está en México con sus vampiros sangrientos, sus luchadores enmascarados y sus marcianas generosas. Supongo que les meto todo este rollo porque hacía demasiado tiempo que no me acercaba a los terrenos de la genialidad mexicana. Y es que el charro de las calaveras tiene innumerables virtudes: su ya citada concepción como serial cuando el tiempo de estos ya ha pasado, con esa obligada concentración de sucesos al mismo tiempo que se despoja de lo vanal, del relleno (las películas debieran durar siempre media hora); la trasposición de un arquetipo como el "charro", el cowboy mexicano elegante y cool (cuya profundidad popular me consta pero desconozco) dispuesto a traginarse a la Anselma a la que cantaban Los Lobos ("o dejas que te visite o te traigo a los gendarmes") al cine fantástico cruzado con el héroe enmascarado (Coyote, Zorro, Llanero Solitario); la absoluta carencia de medios a la que hacer caso omiso, porque da igual, porque no hace falta. La velocidad con la que han de pasar las cosas, fruto de guionistas enfebrecidos a los que no importa romper las normas narrativas lógicas en pos del asombro inmediato. Da igual lo que has explicado antes porque eso era para antes (hace cinco minutos) y ahora importa el ahora. Si hay que hacer transformaciones licántropas o convertir murciélagos (de cartón) en vampiros, pues se hace, y no una sino tres o cuatro veces por episodio, alcanzando medias de dislate por segundo insospechadas. A 45 rpm. Con esos planos fascinantes (peleas montadas en planos y contraplanos subjetivos entre un vampiro y nuestro héroe, por ejemplo) fruto de la casualidad, pero que si los hubiera rodado Rossellini, ai, amigo, si los hubiera rodado Rossellini... Con esos diálogos rimbombantes fruto de una ingesta descontrolada de fotonovelas que encima son declamados por pésimos actores. O el desprecio absoluto al concepto de la noche: es el más claro ejemplo de película rodada a pleno sol (es más barato) en la que los personajes hablan y actúan como si fuera de noche (cosa que en el episdio del Vampiro ya clama al cielo). Ni siquiera el nombre del personaje es original: ya hubo una aventura de El Coyote en la que su némesis también se llamaba así.



Y luego está el hecho de arrejuntar los tres episodios (a lo bruto, sin un mísero fundido en negro separándolo) que están cortados por el mismo patrón (y rodados en el mismo lugar, cementerio incluido): monstruo que ataca campesino, el Charro que pasaba por ahí que intenta evitarlo pero fracasa en el intento, pueblerinos asustados, nuevo ataque del monstruo y nuevo fracaso del Charro, presencia de la moza, presencia del elemento fantástico extra (un gran acierto: hay más por el mismo precio), recuerdo oral de los orígenes del Charro, nuevo ataque y nuevo fracaso que resultaría casi mortal para el héroe sino fuera porque uno de los ayudantes (el niño, para ser concretos) resuelve la situación aunado con la casualidad. Y es que oigan, el Charro, como héroe, resulta un auténtico desastre. Así que paso a atacar cada uno de los tres episodios: El Lobo Humano, El Vampiro Sinistro y El Jinete sin Cabeza. No sin antes reseñar que la película se abre con unos títulos de créditos magistrales, con nuestro héroe realizando ejercicios equinos (ya saben, pasitos del caballo a la derecha, pasitos del caballo a la izquierda) mientras suena el tremendo corrido del acreditado como Trío Calaveras, con la exquisita letra que les detallaba en la previa a esta crónica.


El Charro de las Calaveras en plena demostración equina

EL LOBO HUMANO


El primer episodio sirve, claro, de presentación del personaje, pero eso no evita que se abra como antes he mencionado: un hombre lobo (o mejor, un lobo humano) atacando a un pueblerino. Es un hombre lobo que viste camisa a cuadros y es enormemente peludo (los licántropos mexicanos son melenudos). El Charro de las Calaveras aparecerá por allá, medio sorprendido, pegará cuatro tiros y el bicho saldrá huyendo. Abruptamente el espectador se encuentra con una loca que, en el incomparable marco del cementerio de la película, profiere gritos mirando a cámara con movimientos espasmódicos. Que si el lobo humano, que si la luna llena. De ahí se pasa al otro escenario del filme: la casa en la que vive el niño Perico, su mamá, su padrastro y Cleofás, un gordinflón que juega el típico papel de contrapunto humorístico, ese humor llano tan propio del cine mexicano (Tin Tan o Mantequilla Nápoles son dos buenos ejemplos) aunque el recuerdo del Lou Costello también está muy presente. Hay que decir que aquí el humor llega a extremos tan de encefalograma plano que no hace otra cosa que incrementar, aún más, el impagable tono delirante a la película.


La loca del cementerio


Nuestro héroe enmascarado tomará contacto con la familia (vía vouyerismo casual: en su búsqueda del monstruo le da por observarles por la ventana, imaginen qué susto). También explicará sus orígenes: su familia fue asesinada por unos malechores y dedicó su vida a perseguirlos, llevando una calavera estampada en sus ropas por cada uno de ellos que detenía. "Y por eso voy enmascarado, porque la justicia no tiene cara". La investigación que lleva a cabo El Charro de las Calaveras consiste básicamente en charlar con la familia tomando pastitas en la sala y recorrer los alrededores para encontrarse con el lobo humano (este escapará siempre). Pero tiene un plan: "Hay que guardar paciencia: el monstruo cometerá un error en el momento menos pensado". Aún así, la frecuencia de los plenilunios es del todo inusual: en veinte minutos llevamos ya cuatro. El espectador, por eso, ya sabe quién es el maldito, por mucho que se cambie de ropa (algo que no vemos pero que es así: la camisa a cuadros tiene una función licántropa en el filme) e incluso llegamos a presenciar tres transformaciones de esas en fotofija: tipo de la camisa en el suelo, calavera sin camisa, hombre lobo con camisa.





Al final, la resolución será casual. El Charro encontrará a la loca y esta resucitará a un zombi para que le explique lo que pasa. El resucitado, sentadito en su tumba, suelta un rollo de mucho cuidado: "El origen del hombre lobo se pierde en la noche de los tiempos. No se sabe cómo surgió. Apareció de pronto en los bosques eternos y se dedicó a matar a los hombres que encontraba a su paso y a devorarlos para saciar sus criminales y feroces instintos. El actual lobo humano que asola esta región es..." Obviamente prefiero no revelarlo por si alguna vez tienen la oportunidad de disfrutar del filme.


El zombi chivato


Pese a conocer la identidad del culpable, el héroe continua dando círculos sin ton ni son hasta que acabarán dándose de hostias (con los impagables contraplanos subjetivos) y sólo el azar inclinará la suerte del enfrentamiento. Será el error antes comentado: un infortunado resbalón en lo alto de un precipicio. Eso sí, la cosa tiene tintes de tragedia y el niño Perico deberá ser adoptado por el justiciero enmascarado. También Cleofás. Y como muestra de buena voluntad El Charro de las calaveras les mostrará su verdadero rostro.



EL VAMPIRO SINIESTRO


El segundo episodio es el más simple de todos. Sin ningún tipo de signo de puntuación cinematográfico saltamos a un murciélago de carton acosando a un campesino. Le vemos transformarse en un vampiro enmascarado (luego le cambiará la máscara por cierto, pasando a ser una muy similar a aquella que utilizara El Príncipe Valiente y que luego imitara el Etrigán de Kirby) aficionado a correr con los brazos abiertos extendiendo su capa. De nuevo El Charro que pasaba por allí. Hay que llamar la atención sobre un detalle: el niño que le acompaña ya no es el mismo, ahora se llama Juanito. Resolverán el fallo de continuidad con una simple frase: "Perico está en el colegio". De dónde sale Juanito y por qué no está también en la escula es un mistero que quedará sin resolver.



Este episodio, que de nuevo demostrará la total ineptitud del héroe para llevar a cabo una investigación con piés y cabeza, se resolverá gracias a la intervención del niño (como pasa en el anterior y en el siguiente). Desde luego, lo más llamativo es el total desprecio con las normas solares del vampirismo. La película está rodada a plena luz del día y ni se molestan en ejecutar una modesta noche americana; mejor así: permite contemplar algo tan inaudito como la sombra solar de un vampiro. Y eso que los personajes no se cansan en insistir en que es de noche, portan antorchas e incluso comentan que la luz del día acabará con él. El uso del murciélago de cartón también es desvergonzado: se insiste en su presencia de manera constante, sin ninguna intención de disimular un efecto especial paupérrimo. También se comenta que nadie ha visto jamás el verdadero rostro del héroe, cuando el espectador no hace ni cinco minutos que lo ha visto.


La Sombra del Vampiro


El ubicuo murciélago de cartón


El Vampiro Siniestro, que parece tener una fijación especial por perseguir al tontorrón de Cleofás además de soltar los monólogos típicos de cualquier villano de tres al cuarto (y que en realidad son la artimaña del guionista incapaz de explicar lo que está pasando), vampirizará por amor a la moza del episodio, una especie de Sara Montiel con sobrepeso. El proceso, tal y como se explica, consiste en matarla. Así que la muchacha resucita, se transforma en murcielago y persigue a Juanito con los brazos extendidos hacia adelante como las mejores vampiras de la serie zeta añeja. Este proceso mortal no implica que al final la muchacha se cure y regrese a la vida como persona normal. De nuevo, las normas lógicas están para saltarse y sorprender al espectador.

EL JINETE SIN CABEZA


El tercer episodio es el más complejo de los tres al hacer uso de las acciones paralelas aleajadas por muchos kilómetros. De nuevo el salto de un episodio es abrupto y de nuevo nos plantamos en el mismo escenario de siempre. Ahora es el clásico jinete sin cabeza (que suele ser alto a consecuencia del supletorio del disfraz) cabalgando al trote con una espada de plástico (que se bambolea por la velocidad) y liquidando a un campesino. De ahí pasamos a una mujer que está leyendo unos papeles, que escucha una voz procedente de una caja. La abrirá y en su interior una cabeza le exigirá regresar a su cuerpo. Más adelante en una anticlimática conversación en una piscina, la chica enseñará la caja y su contenido a un médico amigo y le explicará que la heredó de su padre científico. La cabeza pertenecería a un delincuente y su padre la habría utilizado para investigar la constitución de un cerebro criminal (otra muestra de la complejidad de este episodio: ciencia pajera). "Y ahora le ha dado por hablar". La solución es sencilla: llevar la cabeza a la tumba de su propietario.


Conversación anticlimática


La cabeza en su cajita


Paralamente, El Charro investiga el tema jugando a las cartas con Cleofás y Juanito. Un pueblerino les explicará lo que pasa: "El Chacal y sus dos secuaces se dedicaron en vida a toda clase de atropellos. El Chacal fue muerto por la justicia y un científico se apoderó de su cabeza dejando mutilado el cadáver. El cielo, en castigo por su maldad, ordenó que él y sus dos hombres vagaran penando sin descanso". La solución divina es ciertamente sorprendente, porque la maldición supone multitud de muertos inocentes. Los dos secuaces, por cierto, son ahora sendos frailes con rostro de calavera (bastante hermosos y conectados estéticamente con los templarios sin ojos de Ossorio).



La cosa es que la chica llega al pueblo pero sólo consigue que el Jinete Sin Cabeza la recupere y se niegue a descansar eternamente. Sus diálogos con Dios (una nube de tormenta con sus rayos, sus truenos y sus centellas) son impagables. El resto es lo que ya hemos visto antes: enfrentamientos diversos, nula incapacidad del Charro para llevar a cabo una labor detectivesca cabal (tiene una innata capacidad para no ver a un monstruo que tiene a su lado, será cosa del antifaz que le quita visión lateral), el habitual humor chusco de Cleofás, la presencia del niño que arregla la situación y el combate final, que en esta ocasión en vez de ser a puñetazo limpio toma forma de esgrima, aunque la coreografía sigue siendo igual de pauperrima.


El Jinete con Cabeza


El Charro practicando el vouyerismo



el lobo humano


El zombi chivato

1 comentario:

Servando dijo...

<span>¿Y no sale la josefina vazquez motas?</span>