15.11.05

EL DIABLO SE LLAMA SANTOS VELA


Hace un par de semanas doña absenta pidió ver Fausto 5.0. Recordaba mis elogios tras su pase en el Festival de Sitges de hace unos años. A mí me vino de perlas para repasar y constatar la siguiente afirmación: es la mejor película de género fantástico que ha dado la cinematografía española en los últimos años. Así de rotundo soy.


Vayamos por partes. O mejor: entremos en situación. En mi juventud era fan irredento de La Fura dels Baus. Sus tres primeros montajes, aquellos en los que destrozaban coches en directo, comían entrañas crudas, se revolcaban desnudos en sustancias poco recomendables, se colgaban boca abajo y perseguían al público con sierras mecánicas y otros extraños instrumentos a motor, cautivaron mi coranzoncito punki. Luego, con la llegada de la Barcelona Olímpica y de diseño, más o menos dejaron de interesarme, aunque supongo que si hubieran seguido haciendo lo mismo ahora estaría yo lamentándo el más de lo mismo. Y desde luego la película de hoy no existiría. O sería muy distinta.

Así que cuando en Sitges me enfrenté, virgen, al filme, lo hice desde la desconfianza. La Fura ya no era la Fura que me motivaba. Fausto es un relato clásico que todos conocemos: la venta del alma al diablo. La capacidad de sorpresa podía ser escasa, reducida, o, peor aún, limitarse a epatar visualmente, a motivar espíritus gafapastas, al exceso mal entendido. Esos eran mis miedos. A los diez minutos de película ya se habían evaporado.


La gran virtud de Fausto 5.0 es saber contenerse de manera sabia. Argumentalmente, de entrada, en primera toma de contacto, no parece un filme realizado por tan rompedor grupúsculo escénico. Sus responsables tuvieron la inteligencia de rodearse de gente que conoce un medio al que ellos no se habían acercado. Un codirector ajeno (Isidro Ortiz) y, especialmente, un buen guión cinematográfico articulado por Fernando León de Aranoa (que como director, en sus filmes más conocidos se ha centrado en el realismo ideologizado y que aquí, en cambio, se acerca muy bien al fantástico). A eso sumamos la labor actoral, brillando la de un fantástico Eduard Fernández encarnando a Santos Vela, es decir, al diablo. Ni siquiera la irritante Nimri molesta demasiado.

Morbosa, inquietante, malsana. La Fura está de fondo, con una dirección artística que nos muestra, en segundo plano, una ciudad corroída y decadente. La muerte, encarnada en Fausto, aquí un doctor cuya especialización en enfermos terminales aleja del mundo carnal y humano. El diablo, bajo el disfraz de un antigua paciente desahuciado pero vivo, le muestra el camino hacia la ira, la venganza y el deseo sexual perverso. Jamás una escena de necrofilia pseudo pederasta resultó tan excitante y, por tanto, tan perturbadora. Gran cosa ésta, la de perturbar al espectador. Hay algo en este filme que recuerda, quizás en su estética fría, al mejor Cronenberg. Yo sólo sé que es una estupenda y sorprendente película.

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