18.9.05

LA PROCESIÓN ROMERIANA VA POR DENTRO (Y OLVIDA A MANOLETE)


Soy un fanático de las películas de zombis. Ya lo he dicho por aquí en repetidas ocasiones. Los zombis son una cosa muy seria. Tanto o más que Godzilla. A veces se habla de subgénero zombi. Yo creo que hace tiempo que dejó de ser subgénero para convertirse en género en sí mismo. Como el género vampírico. Con sus normas, sus variaciones, sus referentes, su esponjosidad temática, su posibilidad de deconstrucción.

Y si se habla de cine de zombis, la importancia de George A. Romero resulta capital. Suya es la pieza fundacional de la modernidad del género (y una de las del cine de terror), más tarde reconvertida en trilogía (con otra obra maestra, la segunda, Zombi), con al menos un par de ramificaciones apócrifas (las de O’Bannon y Fulci) sin contar una tercera en forma de remakes y una pléyade de explotaciones mediterráneas. Podría extenderme más, pero como Lo Zombi forma parte intrínseca de la temática ausente mejor lo dejo para otro día. Hoy toca hablar del regreso de Romero al cine en general y a sus putrefactos resucitados caníbales en concreto. Y es que hace un par de días, casi como si fuera un acto religioso, una romería de Semana Santa, me acerqué a una sala de cine con la alegría de quien va a buscar a un viejo amigo a una estación de tren. La Tierra de los Muertos Vivientes me esperaba.

Lo que he disfrutado yo con el Zombi del 78 e incluso con El Día de los Muertos no lo sabe nadie. Es por eso que iba feliz al cine. El viejo amigo me iba a explicar la misma batallita de siempre, pero como hacía tiempo que no hablaba con él, no iba a ser exactamente igual que antes. El paso del tiempo tiene estas cosas. Y si ustedes no han visto la película y odian que les expliquen cosas reveladoras sobre el tema, mejor que dejen de leer pasados dos párrafos, no sin antes acatar un importante consejo por mi parte: cuando acudan a la cuarta entrega de la saga romeriana por excelencia... olviden la existencia de esa aplastante maravilla que era Amancer de los Muertos. Si van con ésta en mente saldrán defraudados, en cambio, si van a ver la continuación de El Día de los Muertos disfrutarán bastante.

Romero no es, precisamente, un director dado a la sutileza. Al contrario, es abrupto, va al grano y huye de cualquier estilización formal. El gore, con Romero, no da rodeos. No se puede ser sutil si pretendes llenar tu película de sangre, tripas, mordiscos, amputaciones y violencia pajera. Tampoco es sutil en el pretendido mensaje político de sus películas: el racismo en la primera, el consumismo en la segunda y el militarismo en la tercera. Resultan metaforas de parvulario puestas ahí con buena voluntad pero a lo brut(t)o. Una trampa para cinéfilos (sí, eso de lo que hablábamos ayer).

Es evidente que el director de La noche de los Muertos Vivientes es un tipo de izquierdas hijo de su tiempo, de la vieja escuela, una especie de jipi pajero. Pero, y ojo porque esta es la clave del asunto y no es la primera vez que la escribo: Romero no toma el cine de zombis para hacer metáforas sociopolíticas (que es el meme cinéfilo que se lee siempre). En mi opinión Romero hace todo lo contrario: toma una metáfora política del momento como excusa para rodar una película de zombies. Es por eso que no es un director sutil. Aparentemente. La sutileza no está en los paralelismos que uno pueda concluir para con la realidad social actual. No no no. La sutileza está en como va desarrollando la historia de sus podridos muertos vivientes a lo largo de los años, en cómo juega (y respeta) las normas de un género del que se puede considerar padre absoluto.

Buena prueba de lo que digo está presente en Land of the Dead. La metáfora política es tan evidente y está tan expuesta ante el espectador que es el árbol que no deja ver el bosque. Tercer mundo expoliado, imperio de los poderosos, sociedad privilegiada rodeada de lujos y cerrada a lo exterior (que siempre es el enemigo del que sacar provecho), mercenarios que se revelan contra el amo y deciden meterle unos cuantos pepinazos al rascacielos simbólico... Si es que hasta el zombi líder es gasolinero. No es casual, claro, forma parte del juego, cargado de mala leche, de Romero. Desde ese punto de vista la película es una fiesta descarada. Casi parece que el viejo maestro afrontara el filme pensando "¿quereis metáforas? pues os vais a cagar patas abajo". Y por en medio, una generosidad gore que estaba bastante olvidada durante la última década. Si el mundo vuelve a ser caótico, volemos cerébros y comamos tripas. Esa es la verdadera poesía del Tío George. La que me gusta. La que defiendo. La que me divierte.

Como he dicho antes, si se olvidan del remake de Dawn of the Dead y acuden pensando en El Día de los Muertos disfrutarán mucho más, porque Land of the Dead parte de ahí. La evolución hacia la inteligencia del zombi ya estaba ahí. El tono apocalíptico también. Y el divertido surrealismo de los muertos vivientes, disfrazados de novias, payasos y trompetistas. Romero avanza la historia y destapa algunos elementos la mar de interesantes: el cambio de registro del “Héroe Negro”, las flores del cielo, el azote de los muertos, la impresionante imagen de los zombis saliendo del río (casi en un homenaje al submarino muerde tiburones de Fulci). Que la película cuente, por una vez, con rostros conocidos (Asia Argento, Hooper, Leguizamo) no deja de ser tan nímio como el uso de tecnologías digitales.

Tan sólo le pongo un pero: la vejez ha vuelto bondadoso a Romero. La desesperanza con que cerraba hasta ahora todas sus películas se tira, aquí, por la borda. Los últimos cinco minutos destilan un inédito amor por sus criaturas y por sus personajes. Es un final mucho más esperanzador, y eso rebaja demasiado el regusto con que se sale del cine en sus anteriores entregas, con esos héroes dejados a la mano de Dios sin ningún futuro por delante. Aunque no deja de ser curioso que un mal y bondadoso final en clave zombi resulte, en cambio, cargado de mala leche en el plano metafórico del momento. El problema no está en los muertos vivientes, el problema está en Bush. “Zombies, man. They creep me out”.


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