26.3.05

GO! BABY, GO!



"Damas y Caballeros... bienvenidos a la violencia.
De palabra y de acción... porque la violencia puede manifestarte de muchos aspectos... Aunque su preferido es el sexo.
La violencia devora todo lo que toca. Su apetito casi nunca está satisfecho, sin importar lo que destruya también crea y trabaja.
Examinemos esta nueva y maligna creación con el aspecto de un cuerpo femenino...
La dulzura y el perfume de la feminidad son por fuera brillantes y lustrosos. El cuerpo dócil y flexible... ¡ Pero atención... no bajen la guardia !
Esta especie causa estragos sola o en grupos. Sin importar el lugar, el momento, ni a quien. ¿Quienes son ellas? ¿Secretarias? ¿Recepcionistas? ¿bailarinas de un club?"



Las verticales frecuencias de audio desaparecen mientras se inicia el ritmo ejecutado por The Bostweeds. Sicalipsis frenética y garagera. Rock’n’roll. Las go-go dancers, también pecaminosas, se contornean y menean sus caderas. A golpes y en contrapicado. Como puñetazos. El montaje es veloz, afilado. Vemos a las bailarinas, vemos los jukebox, volvemos a las bailarinas. Escuchamos el tremendo tema musical (que tan bien recuperaron The Cramps). Olor a hembra. Y entonces llegamos a los rostros desencajados de los espectadores. Y sus voces guarras. ¡Go, Baby! ¡Go! ¡Harder! ¡Faster! La sucesión de imagenes es aún más frenética y veloz en una espiral malsana. Voluptuosas stripers, jukebox, rostros desencajados, voces enfebrecidas. Y entonces la vemos, a Tura Santanta, sonriendo como una malnacida al mando de su bólido. Por el desierto. Tras ella dos vehículos más. Dos jamonas más. Haji y Lori Williams. A toda velocidad. Coches, mujeres, sexo, violencia.



Los minutos iniciales de Faster, Pussycat! Kill! Kill! son de lo más intenso que puede uno echarse a la cara. Cuando hace cinco meses publicaba en este blog ausente el abezetadario póstumo les decía que mi intención era seguir viendo películas del genial Russ Meyer. He tardado un poco. Sí. Ustedes disculpen. Yo me lo pierdo.

El espectador español, al recordar el cine de Meyer piensa en las alocadas sagas de las supervixens. El universo meyeriano de bustos dominantes y machos dominados está ahí en todo su esplendor, pero con sentido del humor. Al espectador español le escatimaron el Meyer de los 60. Algunos han definido esas películas como melodramas góticos. Lo cierto es que el socarrón sentido del humor meyeriano es dificil de vislumbrar en esa época, sumergido, enterrado en el desierto. En blanco y negro.



Tura Santana y sus amigas son chicas malas. De hecho, son las Chicas Malas. Bad Girls. Por la noche trabajan de bailarinas de striptease. Por el día recorren el desierto en sus bólidos. Se pelean entre ellas. Retan al chico bueno. Lo ejecutan sin contemplaciones. Secuestran a su novia, una dulce conejita siempre en biquini. Ellas, en contraste, visten cuero negro. Son más altas, estilizadas, voluptuosas. Tura Santana es como una villana de tebeo. Con un escote vampirellesco y guantes negros. Turgencia morena y malvada. Pulp. Conocen la existencia de un viejo impedido que vive en el desierto, ocultando miles de dólares. Acompañado de sus dos hijos: El Vegetal, una estúpida masa de músculos, y un acomplejado don nadie. Tiranía en silla de ruedas. Allí acuden dispuestas a hacerse con el tesoro. Matar, robar, dominar al macho.



- “Nunca has golpeado a nadie. No eres mi tipo. Eres un buen chico americano: Seguridad desde el primer momento.”
- “¿Qué intentas demostrar?”
- “Nunca demuestro nada, lo hago.”

Pervertir el sueño americano desde los autocines. Como decía la introducción en off: violencia de palabra y de acción. Y de ideas, añado. La hembra como ente dominador. Tura Santana se enfrenta a los hombres a hostias. Con mortales golpes de judo. Lanza cuchillos. Utiliza su deportivo como extensión (fálica) de su cuerpo. Atropella sin miramientos. Disfruta con ello. Y va soltando frases. Secas. Duras. De antologia. El feminismo como reverso oscuro. El hombre objeto convertido en un maciste semental, rubio y subnormal. Y mucha ambiguedad. Haji es lesbiana y está enamorada de Tura. ¿Porqué secuestran a la jovencita del biquini y la llevan drogada y amordazada a su lado? Luego la usarán, sí, porque al viejo de la silla de ruedas le van las jovencitas. Se intuye el deseo febril, el objeto, pero no su culmen. Eso está en elipsis. ¿Maltrato de la fémina débil y humillación ante la fuerte? Y luego están los trenes. Como en la hipérbole de Hitchcock. Pasan a toda velocidad cuando el macho está cachondo. Pero al impotente lo sumergen en llantos.

- “Bebamos por los trenes. Son grandes, rápidos, fuertes y hacen mucho ruido”.



Tan sólo un apunte, final. Volviendo a ver esta esplendorosa y contundente muestra de violencia meyeriana en blanco y negro tuve muchos ecos de La Matanza de Texas de Tobe Hopper. Sillas de ruedas, extrañas familias que viven en el desierto, viejos decrépitos, hijos subnormales, placer por tener una víctima joven al alcance, muchachas en biquini corriendo asustadas por la América Profunda. En aquella el american way of life se destroza con sierras mecánicas. En ésta con Tura Santana. Creo que la segunda entraña más peligro.

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